3 palabras clave para el Sínodo.

Hoy os traemos otra entrada hablando del Sínodo. Si no habéis visto las anteriores podéis verlas aquí: 

El Sínodo está formado por tres dimensiones, la comunión, la participación y la misión; que no solo los pilares de la Iglesia sinodal, sino que también están profundamente interrelacionados. No hay jerarquía entre ellos, sino que cada uno enriquece y orienta a los otros dos.

Aquí tienes mejor explicados los tres pilares de la Iglesia sinodal:

Comunión:Todos tenemos un rol importante dentro de la Iglesia. Por ello, Dios reúne pueblos distintos, pero con una misma fe mediante la alianza que ofrece a su pueblo. 
La comunión que compartimos encuentra sus raíces más profundas en el amor, y es Cristo el que nos reconcilia con el Padre y nos une entre nosotros en el Espíritu Santo. Juntos nos inspiramos en la escucha de la Palabra de Dios, que nos transforma y nos ayuda a encontrar nuestra misión.

Participación: El Sínodo hace una llamada a la participación de todos los que pertenecen al Pueblo de Dios (laicos, consagrados y ordenados) para que se comprometan en el ejercicio de la escucha profunda y respetuosa de los demás. 

Esta actitud crea un espacio para escuchar juntos al Espíritu Santo. La participación se basa en que todos los fieles están llamados a servirse recíprocamente a través de los dones que cada uno ha recibido del Espíritu Santo.

En una Iglesia sinodal, toda la comunidad, en la libre y rica diversidad de sus miembros, está llamada a rezar, escuchar, analizar, dialogar, discernir y aconsejar para tomar decisiones.

Misión: La Iglesia existe para evangelizar, y por ello, no debemos concentrarnos de forma exclusiva en nosotros mismos. Nuestra misión es testimoniar el amor de Dios.

El Proceso Sinodal tiene una profunda dimensión misionera, y su objetivo es permitir a la Iglesia que pueda testimoniar mejor el Evangelio, especialmente con aquellos que viven en las periferias espirituales, sociales, económicas, políticas, geográficas y existenciales de nuestro mundo. 

Escuchar la Palabra, vivir en verdadera comunión, en escucha y diálogo a la luz del Espíritu Santo, participar activa y constructivamente, y anunciar el Evangelio a todos sin excepción nos exige una verdadera conversión personal y comunitaria. Sin esa conversión, no hay “caminar juntos”.


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