Última semana de Adviento para jóvenes

 



Y poco a poco hemos llegado a la última semana de Adviento. En muy pocos días nace Jesús. Nace La Luz del mundo, la que viene a enseñarnos como vivir y, sobre todo, como amar a los demás. La Luz que viene a salvarnos de las tinieblas. 

Han sido tres semanas de reflexionar sobre nosotros mismos, pero sobre todo, de darnos a los demás, que es la única forma de vivir una vida plena. En la lectura de hoy vamos a leer un poco más sobre este hecho, sobre servir a los otros.

¡Vamos a ello!




Lectura: Lucas (1,39-45)

En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:

«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá»

Reflexión:

Lo primero que se le ocurrió a María después del encuentro con el Ángel del Señor, al recibir la  noticia de que su prima Isabel lleva seis meses de embarazo, fue ir a acompañarla, teniendo en cuenta, además, que ya era de edad avanzada, y por lo tanto es casi seguro que no pudiera contar con la asistencia de la «abuela» del bebé que iba a nacer, como solía ocurrir en las familias de aquel entonces. De esta forma, la que acaba de ser visitada por Dios y se ha mostrado a sí misma como servidora del Señor, pone inmediatamente en práctica lo que ha dicho, mostrando con su modo de obrar que servir a Dios es ponerse al servicio del prójimo, especialmente del que pueden estar más necesitado. 

María debió recorrer muchos kilómetros desde Nazaret (Galilea) hasta Judea. Un recorrido muy largo para aquellos tiempos en los que el medio de transporte para la gente humilde era el asno, con unos caminos peligrosos ya que abundaban los ladrones. Y María estaba embarazada nada menos que del Hijo Dios. Habría sido más que razonable que se quedara recogida en casa, orando, o haciendo sus tareas de siempre. Pero no. Ella pensó, antes que en sí misma, en la necesidad de su pariente Isabel. Y allá que fue.

Así pues la primera consecuencia de la encarnación del Hijo de Dios fue un encuentro, una visita, unos abrazos y una alegría profunda. Tener a Dios con nosotros supone salir de uno mismo hacia las necesidades de los otros.

Y precisamente las cercanas fiestas de la Natividad las celebramos con múltiples encuentros, aunque no todos sean con la misma profundidad y trascendencia como los que acabamos de comentar. Y más en estos momentos que parece que los echamos más de menos y los necesitamos más que nunca (aunque haya que tener todos los cuidados sanitarios posibles y recomendados). ¿Cómo podríamos hacer que esos encuentros merecieran más la pena, y «cambiaran» algo en nosotros?

Oración

¡María de Belén, madre de Jesús,
Ante ti nuestro corazón...
Enséñale a crecer en amor y amistad.
María de Belén, madre de Jesús,
Ante ti nuestras manos...
Enséñales a construir una nueva Navidad.
María de Belén, Madre de Jesús,
Ante ti nuestra fe...
Enséñale a ser sincera y comprometida.

María de Belén, madre de Jesús,
Ante ti nuestros miedos y temores...
Enséñanos a ser valientes en la vida.
María de Belén, madre de Jesús,
Ante ti nuestros caprichos y egoísmos
Enséñanos a ser generosos y solidarios.
María de Belén, madre de Jesús,
Ante ti nuestra navidad llena de regalos...
Enséñanos a compartir con generosidad


*Material adaptado de @llamameyumi (Paula Vega).


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