6º semana de Cuaresma: La luz que nos hace crecer

Estamos viviendo un tiempo muy especial en el calendario litúrgico que nos propone la Iglesia. Con el tiempo de Cuaresma vamos avanzando, con la oración, el ayuno y la limosna como hemos comentado estas semanas, hacia el núcleo de la vida cristiana: el misterio pascual, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Y en este camino cuaresmal, que a veces nos pudiera resultar un poco árido, hemos plantado nuestra semilla, está echando raíces poco a poco, lo que hace crecer nuestro tallo, verdes nuestras hojas, dar fruto y florecer nuestras flores es la Luz, la Luz de Jesús.

“Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento.Y le preguntaron sus discípulos: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios. Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo.» Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir Enviado). Él fue, se lavó y volvió ya viendo. (…)

Algunos fariseos dijeron: Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada.» Ellos le respondieron: «Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a nosotros?» Y le echaron fuera. Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?» Él respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es.» Él entonces dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él. Y dijo Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos.» Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «Es que también nosotros somos ciegos?» Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: "Vemos" vuestro pecado permanece.»”  Juan (9, 1-41)

El Evangelio nos dice que Jesús al pasar se topó con un ciego de nacimiento. Jesús estaba de camino, en movimiento, andaba junto con el grupo de discípulos hacia Jerusalén, y en su tranquilo caminar se para, se detiene, ante una pregunta de sus discípulos sobre la ceguera de un hombre que mendigaba a los márgenes del camino, apartado de la sociedad, excluido y marginado: «¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?»

Y es que en el contexto cultural de Jesús la enfermedad era considerada como consecuencia de haber pecado. Jesús responde que no, que la cuestión no es esa, que nuestra fe y nuestra experiencia religiosa no va de buscar responsables de la enfermedad para señalarles con el dedo. Jesús, más bien apunta hacia otro lado: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios», y es que es en nuestras debilidades, en nuestras zonas oscuras, en nuestros desórdenes (los cuales tenemos que conocer y asumir como parte nuestra), es donde se nos manifiesta el amor misericordioso de Dios, que no ha venido a felicitar al sano, sino a arropar y sanar al enfermo, a darnos luz, a devolver la vista a quien no puede ver.

Otra cosa distinta será con quienes no quieren ver, pero insisten en que ven correctamente. Los fariseos, aquellos fieles cumplidores de las normas y preceptos religiosos, no entienden las palabras ni las formas de actuar de Jesús. Y se interrogan: ¿es que nosotros que podemos ver sin obstáculo somos los ciegos?, pero la respuesta de Jesús es desconcertante: sí, precisamente tú, que crees que ves sin problema, no eres capaz de captar el verdadero sentido de lo que estás viendo y viviendo. Sin embargo, el que no veía, al que Jesús le ha abierto los ojos, ahora se hace cargo de la realidad de otra forma: amándola, aclarando lo que no le permitía ver (quizás egoísmos, narcisismos, perfeccionismos, dureza de corazón, esquemas morales rígidos).

Es aquí donde nace la alegría cristiana, en saberse incondicionalmente amado y amada sin haber hecho ningún mérito. Reconocer la luz de Jesús en nuestras vidas, que lo baña todo. Es esto lo que nos lleva al seguimiento de su vida: el amor sin condiciones. Jesús crea a su alrededor un espacio humano de incondicionalidad. El punto de arranque para nuestra vida cristiana es el amor con el que Dios nos ama. Amamos y somos testigos de la luz porque previamente nosotros mismos hemos sido amados y curaron nuestra ceguera. 

Jesús nos impulsa a ser personas alegres, gozar de la vida y saber ver entre los claros y oscuros de la vida cotidiana la presencia de un Dios que nos ha revelado con sus palabras y acciones.

En la Convivencia de Pascua que se acerca tenemos la oportunidad para “dejarnos hacer”, como el ciego de nacimiento, para reconocer nuestras cegueras, ponerlas a la luz de Jesús y experimentar la profunda alegría que produce el Amor que nos ilumina. Pregúntate por tus posibles cegueras de tu día a día, revisita tus relaciones personales (en tu familia, en tu centro de trabajo o de estudios, en tu grupo de Emaús…), busca y encuentra la dificultad para acogerla, y díselo en tu oración personal a Jesús, deja que te ilumine y te permita reconocer la viga en el ojo que nos impide ver con nitidez la posibilidad de vivir en el Reino de Dios. Y después de la oración, disponte a mirar la realidad cotidiana con ojos nuevos, iluminados por la luz de Jesús. 

¿Cómo dejas que Jesús ilumine los senderos de tu vida?

¿Cómo hablas al mundo de Jesús?

¿En qué se puede reconocer en tu vida la alegría que nace de vivir sostenido por el Amor de Dios? 

¿En qué gritos de auxilio nos puede estar hablando?

¿Qué lugar de tu interior reclama la luz de Jesús?

¿Qué recibes sin haber hecho mérito alguno?

Os animamos a reflexionar a través de estas preguntas en esta recta final de la Cuaresma, para completar la preparación de nuestro corazón para vivir la Pascua intensamente.


Fuente: Comunidades en oración, Salesianos Santiago Mayor.


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